lunes, 28 de noviembre de 2011

Oreja-slayer: la Leyenda


Dejadme que hoy me ponga el pijama de juglar, y que me hunda en las marismas del tiempo para traer a la superficie la leyenda de la Oreja Slayer, un arma de poder, una espada cuyo poderoso filo ha ayudado a más de un héroe, un objeto imbuido de misterio… La poderosa Oreja-Slayer (Destructora de Ears, en hereje…). Esta es la historia de cómo semejante arma se ganó su nombre, y su lugar en las Sagas.

“Sabe, oh príncipe, que entre los años en los que los océanos anegaron Atlantis y las resplandecientes ciudades, y los años de aparición de los hijos de Aryas, hubo una edad no soñada en la que los brillantes reinos ocuparon la Tierra como el manto azul bajo las estrellas; en esa época, en esos reinos, un arma de poder fue forjada. En esa época, en esos reinos, creció su leyenda. Esta es la historia de la Oreja-Slayer, la espada Destructoras de oídos…

La Destructora es un arma antigua; numerosas referencias a su poder en batalla se pueden encontrar repartidas por todas las Sagas. Pero en ningún sitio se cuenta el origen de su nombre, los trágicos sucesos que acaecieron en un día destinado al recuerdo… 

Era un día de fiesta en el Reino. Dignos caballeros de todos los rincones se habían reunido para probar su temple y su valía. Algunos buscaban el favor de su dama; otros, destacar a ojos del Rey. Hasta allí llegó nuestro anónimo héroe, deseando probarse a sí mismo en el campo del honor. Colgaba de su cinto una basta tizona, una espada sin nombre ni historia; la había recogido de un antiguo campo de batalla, y a pesar de ser muy antigua, su filo se había conservado. 

Su humilde apariencia causaba sorpresa entre los allí reunidos; ¿quién era aquel joven, desprovisto de emblemas o colores, que osaba enfrentarse a la élite de los caballeros del Reino, a la flor y nata de la Caballería? 

Quiso el destino que su primer combate, sin haber tenido oportunidad de probar su nueva (¿o debería decir vieja?) espada, fuera contra uno de los mayores espadachines que allí se encontraban reunidos: el joven Caballero del Águila. Este, al ver quién era su contrincante, bufó despectivo. “Majestad”, dijo,” ¿se os han acabado los hombres que enviáis a enfrentaros a mi a simples niños? Para esto, podríais hacerme entrega del trofeo ya y evitarnos a todos las molestias.” Pero su Majestad era un hombre justo; había decretado que cualquiera podría participar en el torneo, y así se haría. 

El Caballero del Águila era un bravucón, pero su fama como hábil espadachín no era una falacia. Disponía de técnica y coraje, además de haber estudiado junto a grandes eruditos. Nuestro anónimo héroe, al contrario, no había tenido oportunidad de estudiar el Arte de la Esgrima, pero eso no implicaba que su vida había sido plácida; más al contrario, había tenido que defenderse con uñas y dientes durante toda su corta vida, y este torneo era la oportunidad de conseguir un poco de respeto para sí mismo. 

Rápidamente se inició el duelo. A las florituras del Caballero, nuestro anónimo héroe respondía como podía; sus paradas, aunque toscas, eran eficaces. Pero su joven brazo no estaba acostumbrado al peso de la espada. Pronto se encontró sudoroso, sin aliento, sin fuerzas para aprovechar los huecos que veía. El Caballero del Águila, viéndolo sin aliento, decidió que ya era hora de terminar con esta farsa. Encadenó una serie de ataques furibundos, destinados a romper la defensa de su adversario, además de su voluntad. Pero en esta serie de ataques dejaba (durante un brevísimo espacio de tiempo) una brecha en su defensa, dando vía libre hacia su protegida testa. 

Nuestro héroe, agotado, percibió esta brecha; pero, cansado como estaba, no podía siquiera osar pensar en llegar a aprovecharla. Pero no había llegado hasta allí para caer derrotado ante el primer enemigo que se le cruzara; así que, decidido a luchar hasta el final, se lanzó hacia delante, dispuesto a aprovecharse del hueco de su enemigo. En ese instante, como respondiendo al espíritu combativo de su poseedor, la espada vibró llena de energía; ahora era ligera, fácil de usar y más mortífera aún. 

Nuestro cansado héroe se dio cuenta del cambio ocurrido en su espada. Pero en vez de preocuparse sobre el por qué se había producido, decidió aprovecharse de ello. Rápidamente ideó una osada finta que, de funcionar, le proporcionaría franco acceso al casco de su enemigo. El Caballero del Águila no supo reaccionar; era una finta producto de la desesperación, y ningún maestro digno de ese nombre hubiera osado enseñarla. No contaba, por tanto, con ninguna defensa contra el fulgurante ataque del desconocido joven. El Rey y sus caballeros, atónitos, contemplaban lo que, sin duda, debía ser una locura. 

¿Qué estaba pasando? Nuestro anónimo héroe se había lanzado a fondo por la derecha; el Caballero del Águila intentó interceptar el ataque con la defensa programada, pero nadie podía prever lo que iba a pasar a continuación: el joven dejó caer su espada en el punto álgido de su ataque, justo antes de que fuera interceptada por la defensa de su adversario. Y antes de que pudiera recobrarse de la sorpresa, el joven la cogió al vuelo con la otra mano y atacó, hiriendo a su adversario que, sorprendido, cayó al suelo. Mientras sangraba copiosamente por la oreja, el Caballero del Águila tuvo que rendirse al desconocido joven. 

- Caballero, rendíos. Si no a mí, a mi espada Destructora de Orejas. A la Oreja-Slayer, que es la que me ha permitido venceros en noble liza.

En ese momento, la antigua espada consiguió su nombre, y sus hazañas comenzaron a ser recogidas en las Sagas… 

Y con el último rasgar del laúd, este juglar se despide de vosotros hasta la siguiente vez. 

P.D.: Basado en hechos reales ;)



No hay comentarios:

Publicar un comentario